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Estamos muy ilusionados con el nuevo compañero de piso. Se llama Mariano, y dice que es organizado, respetuoso, silencioso y un poco tímido. También ha señalado que es fumador y que trae mascota, un perrito llamado Paco. Nos acabamos decidiendo por él porque nos ha prometido que cumplirá sus turnos de limpieza, nos pasará los apuntes y compartirá con nosotros los deliciosos tuppers de pulpo y empanada gallega que prepara su madre. Además ha destacado que es muy responsable, y que pagará el mes religiosamente. Estamos deseando que llegue mañana y poder conocerlo.

Día 1. : María y yo le recibimos en la puerta, con sus llaves del piso en la mano, y una mueca sonriente. Nos ofrecemos a ayudarle con las maletas, y le indicamos que su habitación es la del fondo. Parece un poco excéntrico, lleva un extraño tinte que le llega a las patillas de las gafas. Tras una breve charla en la que no esboza más que monosílabos, le preguntamos si ha ingresado ya la fianza para comunicárselo al casero. Susurra un enigmático “Ya tal…” y se encierra en su cuarto. El pequeño Paco no para de ladrar. Será que está nervioso al ser nuevo, no se lo tomaremos en cuenta.

Día 2. : Me despierto y voy a la cocina.  Mariano está allí comiéndose uno de mis yogures con trozos de fruta. Para tratar de suavizar el encontronazo de ayer trato de olvidar lo ocurrido y comenzamos a hablar de fútbol. Cuando vuelvo al tema de la fianza afirma que ya me dio explicaciones hace meses e insiste en volver a hablar de fútbol a gritos, llenándome de saliva la cara. Me voy a clase confundido, pensando en lo difícil que será la convivencia.

Día 7. : Empiezo a cansarme. Hoy es el tercer día en una semana que vienen a comer al piso los amigos de Mariano. Al regresar de la cocina, Ángela, erasmus alemana, y Emilio, estudiante de empresariales, están comiendo de los macarrones que he preparado para María y para mí. No le dio importancia, y me digo a mi mismo que lo mejor es ser amable y esperar a que ellos me devuelvan la invitación. Mariano me insiste en que sea respetuoso y les ofrezca algo de dinero. Intenta meterme la mano en el bolsillo mientras le guiña un ojo a la alemana. Espero que sea una broma.

Día 10. : Mariano aún no ha limpiado los baños. Indica que no hace falta ser tan obsesivo, y que con una vez al año es suficiente, que hay que ser “austeros”. Tampoco ha puesto aún ninguna lavadora, y ha empezado a usar mis camisetas. Cuando le recrimino su actitud me chilla que no cederá a chantajes, y me comunica que compre más yogures con trozos de fruta, de los de mora, que el melocotón no le gusta. Insiste en cambiar de tema, y acusa a María de “enturbiar la convivencia” porque, según dice, “respira demasiado fuerte” y sus póster de Melendi “esconde ideas peligrosas”.

Día 14. : Me despierto y un fuerte aroma a puro invade toda la casa. Abro la nevera y compruebo que vuelve a faltar comida en mi balda. Le reprocho a Mariano que al menos me pida permiso y le pregunto cuándo probaremos los deliciosos platos gallegos que prometió traer. Afirma que no recuerda haber dicho eso, y que “la realidad de los tuppers” ha cambiado. No entiendo nada.

Día 20. : Aunque  quedamos en tomar los apuntes entre los tres, Mariano se niega a dar los suyos a María, porque ha descubierto que su padre es albañil. Cuando le insisto en que es ilógico me amenaza “no tontees que he visto tu media” y me los entrega mientras farfulla palabras como “esfuerzo” y “excelencia”. Descubro que no es su letra, los ha comprado. Esa noche vuelve borracho y vomita sobre el sofá, “solo son unos hilillos” balbucea. Empiezo a cansarme.

Día 25. : El casero llamó hace 3 días para decirnos que Mariano no había pagado el mes. Desde entonces, está encerrado en su habitación y se comunica con nosotros a través de notas que pasa por debajo de la puerta con un extraño único mensaje “Fin de la cita”. Empezamos a temer por su salud mental. Abrimos la puerta de su cuarto y descubrimos que tiene sobre la cama gran parte de mi ropa, objetos que había por el piso, como cuadros y un ridículo payaso de porcelana, e incluso la bonita cartera de piel que María creyó perder hacía semanas. Grita: “¡Es una privatización!”, y nos echa a empujones. Tengo miedo.

Día 29. : Tras mucho pensarlo hemos decidido echarle. Vamos a comunicárselo y lo pillamos robando ropa del tendedero del vecino. Se justifica, “ahora el piso es más competitivo”, y me pregunta por los yogures. Le pedimos explicaciones sobre el alquiler y nos asegura que lo que dice el casero “no es cierto, salvo alguna cosa” y que la trasferencia está llegando. El pequeño Paco vuelve a ladrar y a mordisquearnos los pies. Decidimos llamar a la policía.

Día 30. : El día ha sido kafkiano. La policía lo ha sacado de su cuarto mientras gritaba “nadie podrá demostrar que no soy inocente”, y ordenaba al pequeño Paco atacar a los agentes. Muy amables, nos han explicado que es un perturbado que ya ha repetido la escena en varios pisos, aprovechándose de estudiantes ingenuos. Nosotros tratamos de pasar página, y ya tenemos nuevo compañero de piso. Se llama Alfredo. Le contamos lo ocurrido con Mariano, y nos asegura que él es diferente. Mientras nos sonríe con franqueza, coge uno de mis yogures con trozos de fruta de la nevera. Espero que todo vaya bien.

 

15 pensamientos en “El mes que compartí piso con Mariano Rajoy

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  4. Al principio pensé que era un relato de verdad de algún compañero de piso de la época universitaria de Mariano, suponía que ahora se habrían colgado en Internet sus memorias jajajajaja qué tonta… muy bueno!!

  5. Buenísimo !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! BUENISISISISISISMO!
    jajaja me encanta! aunque confieso que también pensé que sería real jajaja!

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